El lugar no es que sea precisamente lo que se conoce como un rincón accesible, pero el esfuerzo bien merece la pena. Y es lo que tiene viajar a Mozambique, que las conexiones aéreas no son las mejores del mundo, y si además le añadimos las numerosas chapas que hay que coger, esos destartalados autobuses mozambiqueños donde te apiñan cual sardinilla, el desánimo cunde entre los viajeros. Pero todo aquel que desafía los baches, el calor, el vadear ríos, las interminables paradas en mitad-de-ningun-sitio y los impertinentes vendedores, acaba teniendo su recompensa.
El paisaje va cambiando paulatinamente, de tropical a cada vez más árido, y donde antes había palmeras, ahora solo vemos baobabs. Pero finalmente llegamos a Vilankulo, penúltima etapa de nuestro viaje. La ciudad, a primera vista, no nos ofrece demasiado. Una población no demasiado grande pero terriblemente alargada para su escaso tamaño. Y es que la calle principal tiene varios kilómetros de longitud, con esporádicas casas de baja altura a ambos lados de la calle y un pequeño centro urbano sin demasiadas aspiraciones, pero todo un oasis para relajarte frente al mar con una cerveza pseudo fría (a estas alturas no nos vamos a poner sibaritas, ¿no?) después de lo que nos ha costado llegar hasta aquí. Y eso que en Vilankulo acaba la sección “civilizada” de Mozambique. Al norte de Vilankulo y hasta la Ilha de Moçambique y todavía más al norte hasta llegar a  la vecina Tanzania, las carreteras se vuelven más monstruosas si cabe. (Sí, en África siempre es posible un poco más…)

Pero bueno, ya estamos aquí, y tras reponer fuerzas ha llegado la hora de buscar un dhow que nos acerque a las islas. Los dhows son las embarcaciones típicas del índico, de un solo mástil y con una característica vela latina, y hacen más que agradable el paseo que separa Vilankulo del archipiélago de Bazaruto, meta de nuestro viaje y considerado como uno de los rincones más bellos de África.

Comienza la travesía por un mar de un relajante color azul turquesa rumbo al parque nacional de Bazaruto. Éste está compuesto por 6 islas principales: Bazaruto y Benguerra, las dos mayores, y Magaruque, Banque, Santa Carolina o Isla del Paraíso y Shell. Existen más islas, pero son tan tímidas que solo se asoman cuando baja la marea.

Magaruque es la isla más cercana a tierra firme, a unos 10 kilómetros del continente, y aquí podemos encontrar un resort de lujo, pero la parte norte de la isla es una sucesión de dunas y playas totalmente despobladas rodeadas de aguas color esmeralda.

Dhown frente a las costas de Bazaruto

Las actividades que se pueden hacer por estos lares es bucear o hacer snorkel, contemplando la increíble vida marina de la barrera de coral, (demasiada langosta suelta y pocas en la cazuela) pasear por las playas de fina arena blanca tratando de atrapar alguno de los numerosos cangrejos que huyen a nuestro paso, fotografiar ese árbol blanqueado debido a la perenne exposición al sol o subir a lo alto de la duna para contemplar el espectacular paisaje que se nos arroja desde la cima.

Al regresar, el patrón del dhown nos ha preparado un jugoso pescado a la parrilla rehogado con una deliciosa salsa de tomate, pimiento y cebolla, acompañado por su inseparable arroz y algo de ensalada. Una delicia culinaria de chuparse los dedos que todavía hace que sea más magico este día. Un bañito más y …. ¿de verdad hay que regresar? ¿no nos podemos quedar a vivir aquí? Bueno.. que se le va a hacer… Al menos la puesta de sol desde el dhown sirve como bajada de telón de un día sin igual en el paraíso… africano, claro.

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