Comentaba el otro día con un amigo sobre la gente tan curiosa y variopinta que te encuentras viajando. Desde un francés que intentaba llegar desde Australia a París en autostop (cuando me lo encontré ya estaba en China), un nepalí que llevaba tres años dando la vuelta al mundo en bicicleta pedaleando “por la paz mundial” o un noruego que viajaba hasta quedarse sin dinero, regresaba a noruega, trabajaba tres meses y se volvía a marchar, y llevaba con ese ritmo de vida 4 años…

Pero sin duda una de las personas que más me llamó la atención fue la que conocí hace ya varios años, durante un viaje por Laos, concretamente en Luang Prabang. Andaba yo refrescándome con una cerveza en un café local, y en la mesa de al lado hacía lo mismo un anciano de larga barba blanca y estrafalario sombrero, que más me recordaba al mago del señor de los anillos que a un entrañable abuelito de chimenea y perrito en las rodillas. No recuerdo quien abordó a quien, pero finalmente acabamos compartiendo cervezas e historias. Y la historia que me narró, me parece sobrecogedora. Hace más de tres años y a la edad de sesenta y nueve años había enviudado y su única hija, a la que casi nunca veía, estaba casada y residía en otra ciudad de su Holanda natal. Tras pasar más de dos años en la más absoluta soledad, tan solo contando los días hasta que la parca decidiera llamar a su puerta, decidió acabar con esa situación. Nunca en su vida había salido de Holanda, así que vendió todo lo que tenía y se dedicó a recorrer el mundo.

Cuando yo le conocí llevaba ya tres años viajando por el mundo, y tenía ganas de acabar sus días en Tailandia, acompañado de una tailandesa que le cuidase durante sus últimos días, donándole lo que le quedara cuando le llegara la hora. ¡Así me gusta! En vez de esperar en tu casa a que te llegue el momento, ir a buscarla a pecho descubierto, y ¡que te quiten lo bailado! De momento esos tres años de viaje (y lo que le quedara) que se lleva por delante.

Pero sin lugar a dudas la persona que mas me ha impresionado hasta un punto que raya la admiración es mi amiga Tomomi. La primera vez que la vi fue en el restaurante del albergue de Nkhata Bay, en Malawi. Ella comía sola leyendo un libro. Unos días más tarde la vi en el andén de la estación de Mdeba en Tanzania. Ella iba a coger el mismo tren que yo rumbo a Dar el Salaam. Me la crucé un par de veces por el pasillo del tren, y apenas le saludé con un escueto Hi! (Hola) a la que ella siempre respondía con un movimiento de cabeza.

Tomomi con su inseparable bolígrafo

En las 30 horas que duró ese viaje, siempre la veía comiendo sola o leyendo un libro con una coca cola en la otra mano. Pero no fue hasta que el tren se detuvo en la capital Tanzana, cuando al bajar al andén la vi rodeada de un grupo de personas que le ofrecían un taxi para acercarle al centro. Me acerqué a ella para preguntarle si quería compartir un taxi, a lo que me respondió con un movimiento con su mano tapándose la boca y la oreja. Se debió notar que me quedé algo anonadado, ya que uno de los taxistas que pugnaban por conseguir la carrera de estos mzungus me dijo:

 – es sordomuda.

 Allí comenzó mi fascinación por ella. Nos alojamos en el mismo hotel y fuimos a cenar. En la cena, ayudada por su inseparable cuaderno y su bolígrafo, iba satisfaciendo mi infantil curiosidad. Llevaba 18 meses viajando sola por el mundo. Desde que partió de su Japón natal, había recorrido todo Sudamérica, Asia y estaba remontando África para llegar hasta Europa y finalizar allí su viaje.
 
Hace unos meses me escribió un correo electrónico que estaba en España y que si le invitaba a comer una paella. Nos fuimos a una arrocería y disfrute como me narraba (perdón, escribía) sus batallas y anécdotas. Me dijo que tras más de dos años de viaje, estaba algo cansada y tenía ganas de volver a casa. Que España era su último destino y desde aquí regresaba a casa. El día que me despedí de ella, mientras su cuerpo menudo se perdía entre el ajetreo de la Gran Vía, con ese andar despistado, me decía a mi mismo…. Manda narices… y luego hay gente que dice que le da miedo viajar…..
7 comentarios
  1. M.Mead
    M.Mead Dice:

    Es así, al final lo que enriquece verdaderamente un viaje son las personas que te vas encontrando a lo largo del camino.

    Responder

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