Pero sin duda una de las personas que más me llamó la atención fue la que conocí hace ya varios años, durante un viaje por Laos, concretamente en Luang Prabang. Andaba yo refrescándome con una cerveza en un café local, y en la mesa de al lado hacía lo mismo un anciano de larga barba blanca y estrafalario sombrero, que más me recordaba al mago del señor de los anillos que a un entrañable abuelito de chimenea y perrito en las rodillas. No recuerdo quien abordó a quien, pero finalmente acabamos compartiendo cervezas e historias. Y la historia que me narró, me parece sobrecogedora. Hace más de tres años y a la edad de sesenta y nueve años había enviudado y su única hija, a la que casi nunca veía, estaba casada y residía en otra ciudad de su Holanda natal. Tras pasar más de dos años en la más absoluta soledad, tan solo contando los días hasta que la parca decidiera llamar a su puerta, decidió acabar con esa situación. Nunca en su vida había salido de Holanda, así que vendió todo lo que tenía y se dedicó a recorrer el mundo.
Cuando yo le conocí llevaba ya tres años viajando por el mundo, y tenía ganas de acabar sus días en Tailandia, acompañado de una tailandesa que le cuidase durante sus últimos días, donándole lo que le quedara cuando le llegara la hora. ¡Así me gusta! En vez de esperar en tu casa a que te llegue el momento, ir a buscarla a pecho descubierto, y ¡que te quiten lo bailado! De momento esos tres años de viaje (y lo que le quedara) que se lleva por delante.
En las 30 horas que duró ese viaje, siempre la veía comiendo sola o leyendo un libro con una coca cola en la otra mano. Pero no fue hasta que el tren se detuvo en la capital Tanzana, cuando al bajar al andén la vi rodeada de un grupo de personas que le ofrecían un taxi para acercarle al centro. Me acerqué a ella para preguntarle si quería compartir un taxi, a lo que me respondió con un movimiento con su mano tapándose la boca y la oreja. Se debió notar que me quedé algo anonadado, ya que uno de los taxistas que pugnaban por conseguir la carrera de estos mzungus me dijo:
– es sordomuda.
Yeeaaaah! Inspiración auténtica!! Quien dijo miedo??!
Realmente admirable. A muchas nos da miedo alejarnos de lo conocido, pero la recompensa es enorme!!!!!!!!!!!
Es así, al final lo que enriquece verdaderamente un viaje son las personas que te vas encontrando a lo largo del camino.
Como se suele decir es la travesía lo que importa no la meta
Excelente relato! gracias por compartirlo 🙂
Todos los caminos conducen a ¿quién sabe?
O más bien, todos los caminos conducen a quien sabe.