San Cristóbal de las Casas es una de esas ciudades que te hubiera gustado pasear hace 200 años, donde los carruajes tirados por caballos eran los únicos vehículos que resonaban en sus empedradas calles. Aún así, hoy en día sin duda es una bella ciudad que mantiene la esencia de esas ciudades coloniales que salpicaron la geografía latinoamericana hace varios siglos y por las que te gusta perderte por sus calles de coloridas fachadas color pastel ataviadas con rejas de forja y grandes portalones por donde antaño entraban los grandes carros de tracción animal.
Y esta bella ciudad emplazada en el corazón del estado de Chiapas (no es la capital del estado, que ese honor recae en la cercana Tuxtla Gutiérrez), rodeada de montañas, es sin duda el lugar perfecto para explorar las aldeas de los alrededores, donde la cultura indígena permanece todavía arraigada en un país que mira hacia occidente, pero que afortunadamente mantiene intensos focos de arraigada cultura local.
Y sin duda el mejor lugar para entender, o mejor dicho observar, la cultura indígena es en la cercana San Juan de Chamula. Todos los visitantes de San Juan acabamos en la plaza del zócalo (la plaza central de las poblaciones mexicanas) donde se encuentra la iglesia del pueblo, de estilo colonial y pintada, tanto por dentro como por fuera, de blanco, y semilla del fervor religioso de la comunidad chamula. Tras abonar el ticket de entrada y prometer que no vas a hacer fotos (promesa que hay que cumplir a rajatabla bajo riesgo de salir del pueblo con pies en polvorosa) te adentras en lo más profundo de la cultura maya del siglo XXI.
La iglesia es un espacio diáfano, sin bancos, donde los fieles se arremolinan en grupos recostados en el suelo o de rodillas sobre una capa de una hierba denominada juncia. El ambiente está cargado, como de un bar de los bajos fondos portuarios de los de antaño. Las paredes están recubiertas de figuras de santos, y a los pies de ellos unas mesas recubiertas en cada centímetro por velas de distintos tamaños. Y cuando no hay espacio disponible, las velas se emplazan en el suelo. Cada grupo reza en voz alta a sus santos en tzotzil, el dialecto local y beben posh, el aguardiante local, para facilitar la conexión divina mientras gallinas atadas por las patas cacarean nerviosas sabiendo que en breves instantes se les va a arrancar el cuello con un rápido giro de muñeca como ofrenda terrenal. Los santos tienen espejos, y cada chamula al confesarse individualmente ante el santo de su devoción, se ve reflejado en él, ya que tienen la convicción de no mentirse a ellos mismos.
Cada santo está al cuidado de un mayordomo, miembros de la comunidad al que les corresponde el privilegio de dedicar su vida al cuidado del templo y del santo durante el periodo de un año, en el que deben de abandonar su hogar y dedicarse en cuerpo y alma a su religión. Si un chamula abandona su fe, debe abandonar también la comunidad, y es por ello que los suburbios de San Cristóbal de las Casas están llenos de chamulas no creyentes.
Los chamulas son gentes duras, de mirada hosca y poco amables con el extranjero. Algunos van ataviados con pieles de oveja sin tratar, dándoles un aspecto primitivo y feroz. Son los últimos rescoldos de una cultura prácticamente extinguida en pos del progreso que contrasta enormemente con la alegría y el colorido que desprenden las calles de la turística San Cristóbal de las Casas. Pero sin duda, la visita a San Juan de Chamula es una visita obligada cuando viajes por México, cruzando Chiapas rumbo al Yucatán, para comprender el pasado, el presente y el futuro de un país tan rico en costumbres como es México.
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