Hay ciertos parajes a los que merece la pena viajar a ese país simplemente por verlos, como puede ser Sossusvlei en Namibia, Uyuni en Bolivia o Angkor en Camboya

Este es el caso de los lençois maranhenses, que bien merecen un viaje a Brasil. Este país tiene estampas conocidas por todos, (el Cristo de Corcovado,  las playas del noreste, la selva de Manaus…) pero tengo que reconocer que apenas había oído hablar de los lençois, y hoy en día está en mis TOP 5 de destinos naturales.

Los lençois maranhenses están al noreste de Sao Louis, una de las más bonitas ciudades coloniales de Brasil, al norte del país. Este parque nacional de 1.500 km2, es un inmenso desierto de arenas blancas compuesto por suaves dunas. De ahí su nombre: lençois en portugués significa sábana, y es que el paisaje de este desierto se asemeja a suaves sábanas blancas meciéndose al viento. ¿y qué es lo que hace tan especial este lugar? Lo que hace que los lençois sea un desierto único en el mundo, son las lagunas que se forman en él.

Vista aérea de los lençois

La época lluviosa abarca desde mediados de diciembre a finales de abril. En ese momento el agua de las lluvias se acumula en las depresiones de las dunas creándose unas lagunas, formando un increíble paisaje de desierto blanco y lagunas azul turquesa mágico para los ojos.

Si todavía no han caído las lluvias, una de las pocas lagunas que no se evapora del todo es la denominada laguna de Peixe, donde peces, tortugas y almejas pasan allí todo el año. Pero lo sorprendente de este desierto, es que cuando se han formado todas las algunas, éstas rebosan de vida. Conforme avanza la época seca, las charcas se evaporan y la vida desaparece de ellas, pero misteriosamente vuelve a resurgir en la siguiente temporada.

Para viajar hasta aquí debes desplazarte hasta la localidad de Barreirinhas, y desde allí contratar un tour, ya que el acceso al parque está prohibido a los vehículos a motor. Lo normal es hacer la excursión de un día, donde llegas hasta el borde de las dunas y puedes disfrutar de la extensión de los lençois y las vistas de las lagunas, pegándote un buen chapuzón en ellas. Si el bolsillo te lo permite, siempre puedes hacer un vuelo panorámico en avioneta, disfrutando de una vista cenital del parque.

Pero si tienes una forma física media, te recomiendo que hagas una excursión de varios días por el parque. Las infraestructuras son mínimas, y la noche la pasaras meciéndote en una hamaca bajo las estrellas en alguna cabaña de pescadores, pero la experiencia es única.

A los 20 minutos de empezar la marcha ya estás perdido y completamente desorientado en la inmensidad de las “sábanas”. Alrededor tuyo solo ves extensión infinita de onduladas colinas blancas y un inmenso cielo azul que lo cubre todo. La marcha es un constante subir y bajar suaves colinas, esquivando las zonas de lagunas o los lodazales donde ya han empezado a evaporarse. Nuestro guía hace un agujero hasta encontrar agua, y al poco tiempo ésta sube de nivel y podemos beberla con un cazo. Ya nos advertía que pese a estar en un desierto, ¡no era necesario que lleváramos agua!

La excursión dura 6 horas, que es lo que tardamos en recorrer los 26 kilómetros que nos separan de la aldea donde vamos a pasar la noche. Voy equipado con camisa de manga larga para protegerme del sol, pañuelo tuareg en la cara y descalzo, pero para evitar las ampollas en los pies, los últimos kilómetros los recorro con los calcetines puestos…. Una facha un tanto curiosa, pero tampoco hay mucha gente alrededor, así que…

Vemos a lo lejos la arboleda donde vamos a pasar la noche. Al no haber ningún tipo de referencia, lo que parecía que estaba al lado, nos lleva más de dos horas, en un constante subir y bajar de dunas, perdiendo de vista la arboleda y volviéndola a vislumbrar desde lo alto de la duna.

Al final del día, me subí a una duna para contemplar una de las más espectaculares puestas de sol que recuerde, gozando de esa única sensación de soledad que solo sientes en un desierto… La cena con la que nos deleitó el pescador, como no podía ser de otra manera tras estar todo el día caminando, fue deliciosa. Unos calamares con tomate y cebolla que aún segrego si los recuerdo…

Y que os voy a contar de la noche.. Una hamaca entre dos postes, a mi lado kilómetros de arena y sobre mi miles de estrellas… ¡Algo inenarrable!

Al día siguiente llegamos hasta la playa, y de allí aún nos quedan por recorrer 7 kilómetros hasta la pequeña población de Atins, donde un camión nos devuelve a Barreirinhas, fin del viaje y lamentablemente fin de la mágica experiencia de los lençois.

Pero éste es uno de los destinos que te marcas en rojo con el cartel de.. ¡volveré!

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