Esta es la historia de mi amigo David y cómo acabó una maratón en Madrid, hace apenas unos meses. Una maratón son 42 kilómetros y 195 metros. Un kilómetro por año de vida que tiene el señor.
Una burrada, vamos.
Yo nunca he corrido tanto y dudo que lo haga alguna vez en mi vida. ¡Ole sus narices!
¡Ole y ole!
42 kilómetros es como salir de la puerta del Sol y llegar hasta Fuenlabrada. Y volver hasta sol. Y seguir un poco más. Hasta Alcobendas, para ser exactos.
Mucho correr. Pero mucho. Y mucho sudor. Y aún más cansancio.
Es curiosa la actitud de algunos con respecto a las carreras de larga distancia. ¿Verdad? En la actualidad, hay coches y autobuses, y motos y patinetes, y aviones y barcos, para ir a cualquier lado. Correr 200 metros, para parar un autobús que se va, parece lógico. Bajar las escaleras del metro a toda velocidad, es algo que ves todos los días en las grandes ciudades.
Pero… ¿correr tanto?, ¿qué tienes que dejar atrás David?
Pero no quiero desviarme. Si mirásemos hacia dentro, seguro que todos tenemos algo que curar. Ya sea corriendo o de otra manera.
Volvamos a la historia
En abril, David corrió la distancia de Maratón. 42.195 metros. Uno detrás de otro. Y lo hizo en cuatro horas y un puñado más de minutos. Que está bastante, bastante bien.
Pero lo que tú no sabes es que David no era capaz de correr 2 kilómetros seguidos a principio de 2020.
Yo sí lo sé porque me apunté con él a ‘correr’ la San Silvestre de 2019.
Y uso comillas y cursiva. Y no pongo negrita y resalto en rojo porque estoy escribiéndote la historia, no pintando cuadros.
Ni David, ni José (el otro de la foto) ni yo, ‘corrimos’ esa San Silvestre.
El 31 de diciembre de 2019, José y yo paseamos por las calles de Madrid mientras David resoplaba y se asfixiaba alternando trotes cortitos con largos paseos jadeando.
Así durante los 10 kilómetros que supone esa carrera de fin de año. Del merendero de la Casa de Campo a las Cuatro Torres de la Castellana. Tardamos casi dos horas en completar el camino.
Te puedes imaginar el percal.
David rojo y nosotros llevándole la mochila. David trotando en las cuestas abajo y nosotros intentando que no le atropellase la gente que de verdad corría la carrera. David pidiendo agua y nosotros dándosela. David diciendo que estaba falto de forma y nosotros, bueno, poniendo cara de póker, silbando y mirando hacia los lados.
- ¡Mira! Un tío disfrazado de Goku pasándonos por la derecha.
Y otro con una careta de Trump y fumando un puro pasándonos por la izquierda.
Una estampa.
Lo cierto es que a finales de 2019 David había descuidado su salud.
- La paternidad, ya sabes…
- El estrés del trabajo…
- El gimnasio que había cambiado de sitio…
- La serie nueva de Netflix que me tiene enganchado…
No importa cuál fuera la excusa de David para no priorizar su salud por encima de otras cosas. Es algo que puede pasarnos a todos. Todos tenemos épocas mejores y épocas en las que no damos abasto. En las que parece que la vida nos pasa por encima y en las que lo más fácil es dejar de salir a correr hoy, no ir mañana al gimnasio y pedir pizza para cenar esta noche.
La San Silvestre de 2019
Lo que aquí importa es que el 31 de diciembre de 2019 estábamos metidos en el río humano que supusieron 40.000 personas corriendo juntas por las calles de Madrid. Y que David quería estar ahí.
José corre triatlones y yo, bueno, hago viajes activos.
Los tres somos amigos del colegio, desde que teníamos 7 años y yo vine a vivir a Madrid. David y José se hicieron amigos míos porque yo me perdía en los dictados y me ponía a llorar en mitad de clase. José tiene un grandísimo corazón y David tenía un balón. Dos muy buenas maneras de hacer amigos cuando eres un niño.
Unos meses antes de esa San Silvestre del 2019. David, pasadísimo de forma, nos dijo que quería cuidarse de nuevo y que había elegido el 2020 para empezar a hacerlo.
José, que es un buenazo, le dijo que le íbamos a querer igual y yo que soy un poco capullo, le dije que por qué no empezaba ya y corríamos juntos el 31 de diciembre.
José aplaudió mi propuesta, David dudó, pero como tiene actitud, aceptó el reto.
Eso sí, de actitud solo no se corre y no hizo nada en los 3 meses que tuvo para prepararse. Bueno sí, siguió pidiendo pizzas para cenar. Así que llegó a la San Silvestre sin entrenar, pero dispuesto a que el 2020 fuera su cambio de paradigma.
El resto es historia.
Sobrevivió a duras penas esa noche, como ya te he contado. Pero, como bien dijo, siguió corriendo y dejó de pedir pizzas para cenar.
En el 2020 ya hacía carreras de 10 kilómetros sin mucho esfuerzo y con buenos tiempos. En el 2021 corrió su primera media maratón (21 kilómetros). Y, en el 2022 se apuntó a la maratón.
Nos impresionó a todos. Tanto, que decidimos apuntarnos con él a una media el otro día. Y la corrimos juntos. Y la acabamos juntos. Con alguna pena y mucha gloria. Y así de contentos se nos ve en la foto, llegando a meta.
Yo nunca había corrido 21 kilómetros, David nunca había corrido 21 kilómetros tan rápido. Y José, que corre triatlones, nunca había corrido con amigos de toda la vida una carrera. Aunque para él seguía siendo un paseo.
Muy bien Rafa, y ¿por qué me cuentas toda esta historia?, ¿tiene una moraleja que yo no puedo ver?
Bueno, mira.
Es solo que pregunté en Instagram si queríais que contase la historia y me respondieron que sí. Y, sin embargo, la historia de David no es muy distinta de la de Feli
O la de Raquel,
O la de Fabricio,
O la de Iratxe,
O la de Ana…
O de la de muchos otros viajeros de paso activo
Esos que, en algún momento de algún viaje con nosotros, han dado un paso adelante y han probado, experimentado o intentado alguna actividad que, hasta entonces, no habían hecho nunca.
En un ambiente seguro, abrazados por el grupo y sin sentir que son una carga para el resto.
Con la ilusión de quién hace algo por primera vez.
Algo que puede que te asuste, pero que, por otro lado, también te atrae.
Por eso, esa gente y otra mucha ha hecho por primera vez escalada, buceo, barranquismo, espeleología, vías ferratas o yoga y tai-chí durante nuestros viajes.
A algunos les ha gustado y a otros no. No te voy a engañar. Pero todos se han sentido parte de un grupo y protegidos por sus integrantes y apoyados por las personas que coordinaban.
Ese es el valor añadido que tienen los viajes #ACTIVO y es por eso que quienes tienen la actitud necesaria para probarlos, vuelven encantados.
Porque van al viaje con algunos miedos y vuelven con algunas certezas y con la autoestima un poquito más alta pudiendo contar que han hecho cosas tan ‘increíbles ‘como un rafting por aguas heladas, se han metido en cuevas de hielo o, simplemente, han ido andando a sitios donde antes solo iban en taxi.
Si quieres probar esa sensación, aquí tienes nuestros viajes.
Gente con actitud superando pequeños miedos.
Esos somos nosotros.
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