En Siliguri, la calle Hil Cart es un hervidero de tráfico. Coches, motos y tuk tuks se agolpan formando el doble de hileras que carriles existen. Afortunadamente es fácil encontrar los jeeps que suben hasta Darjeeling. El precio es de 120 rupias (algo más de euro y medio) El vehículo, un jeep donde en la parte delantera, a parte del conductor se arrejuntan dos personas más, 4 en la hilera de detrás, y otros 4 en lo que sería el maletero, donde han instalado dos bancos frente a frente y donde se ubican a 4 personas más. Total 10 más el conductor.

Campos de té en Darjeeling

El jeep no emprende ruta hasta que no ha conseguido a los 10 pasajeros. Yo como soy el último en llegar, me toca en la parte de atrás. Comparto “banco” con un matrimonio de mediana edad y un engominado joven. Emprendemos ruta, y lo primero (faltaría plus) a la gasolinera. Ahora que han pagado los clientes, se puede llenar el depósito con la gasolina justa para llegar a Darjeeling.

Aprovecho para comprar unos dulces de coco que nos ofrece un vendedor ambulante que comparto entre mis agradecidos compañeros de cubículo. Al poco de reanudar el viaje, empezamos a subir y subir y subir… La ruta serpentea, arañando metros a los Himalayas, por una de las carreteras más bonitas que he visto en mi vida. Escarpados valles repletos de plantaciones de té se abren entre la bruma mientras el conductor esquiva con sorprendente maestría a los coches que bajan, en un tráfico incesante por este extremadamente estrecho camino.

A las tres horas de camino, atravesando diversas poblaciones, el tráfico se hace más espeso. Pero el atasco se disuelve cuando empieza a resonar el pitido de un tren. Los coches se echan a un lado y entre pitidos y nubes de vapor hace su aparición una vieja locomotora discurriendo por unos raíles que transcurren por mitad de la calzada. Es el viejo tren de Darjeeling, que opera desde el año 1881 (hoy en día patrimonio de la Humanidad por la Unesco) realizando el trayecto desde New Japalguiri hasta Darjeeling. Es sorprendente como esa vieja cafetera, sacada de una película del oeste, renquea por mitad de la calzada y de las poblaciones de montaña, obligando a viandantes y vehículos dejarle paso.

La vieja locomotora entrando en Darjeeling

Una vez que nos adelanta, y guiados por sus incesantes pitidos, llegamos a Darjeeling. La capital mundial del té se asienta sobre una escarpada colina, y cada vez que iba desde mi hotel (en lo alto) a la zona baja, sudaba la gota gorda. Pero el paisaje es sin duda espectacular. Cuando la perenne niebla se disipaba, dejaba ver extensos campos de té por las colinas circundantes alrededor de la población.

Es una ciudad muy agradable, placentera, nada que ver con las caóticas ciudades indias (si exceptuamos la avenida principal que absorbe el incesante tráfico que proviene de toda las poblaciones circundantes), de amables vecinos que te sonríen a tu paso, sin pedigüeños ni buscavidas (algo terriblemente habitual en otras zonas de India) y una deliciosa comida de influencias nepalíes y tibetanas, y demasiado poco picante para encontrarnos en India.

Cuando subas y bajes sus callejuelas, recorras sus campos de té, visites sus templos, te subas al mítico tren para dar un paseo de un par de horas y degustes varios de sus magníficos tés, te apetecerá quedarte en esta agradable ciudad por varios días. Pero si un día, te pones el despertador a las 5 de la mañana, te subes un té con leche calentito a la azotea de tu hotel, y contemplas como los primeros rayos de sol iluminan la cumbre del Kangchenjunga, con sus 8.598metros la tercera montaña más alta de la tierra, entonces, en ese momento amigo mío, te quedarás enamorado de Darjeeling de por vida.

El Kanchenjunga desde Darjeeling

2 comentarios
  1. ahoratocaviajar
    ahoratocaviajar Dice:

    Fantástica la última imagen del Kanchenjunga!!!! Nos acompaña durante toda la semana; así que… Se merece estar entre los Tuits favoritos de la semana en el blog! Gracias!

    Responder

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