‘Hemos venido a jugar’

fue una de las frases más repetidas durante el increíble viaje #ACTIVO que nos pegamos por Tailandia en agosto.

No nos privamos de nada, lo intentamos todo y disfrutamos al máximo.

En cuanto a actividad física, hicimos miles de pasos -unos 230.000 para ser exactos, casi 15.000 por día- salimos a correr, hicimos abdominales y HIIT, esnórquel, bailamos tecno-folk con los locales, buceamos, nos subimos a una tabla de paddle surf, practicamos yoga, montamos en bici y jugamos múltiples juegos: fotográficos, de coordinación y de velocidad.

Con respecto a alimentación, lo probamos todo: desde insectos para turistas a la comida más típica de la señora más Thai que te puedes encontrar en Koh Tao.

Y, con respecto a descanso… bueno, ahora vais a ver algunas fotos. Pero, al final, nos dejamos llevar por el ambiente más relajado de las islas del Golfo de Tailandia y disfrutamos lo nuestro.

Primera parada: Bangkok

La capital de Tailandia nos acogió mucho mejor de lo que esperábamos. Es sucia, ruidosa y cuando llueve es inmanejable, de acuerdo. Pero también encontramos reductos de paz como el Parque Lumpini, gente que nos invitó a bailar tecno-folk tailandés con ellos, buena comida, lugares turísticos donde hacernos fotos y lugares no turísticos donde hacernos aún más fotos.

Además, compramos todo lo que se podía comprar en el mercado más grande de Tailandia: Chatuchak, nos paseamos por China Town como auténticos locales y nos bebimos una cerveza en Khao San Road y otra en una terraza magnífica en la planta 52 de un rascacielos en la zona comercial.

No nos dejamos nada que mereciera la pena.

Rumbo al norte. ‘sàwàddee kráb’

El cuarto día nos desplazamos en un tren que nos sirvió de comer arroz y pescado fermentado a las 11am y llegamos a Ayutthaya. Antigua capital del reino de Siam, donde alquilamos unas bicis y un barco para visitar templos y más templos. Conocimos tailandeses que se habían desplazado allí a hacerse las fotos de su vida, vimos el buda tumbado del videojuego de Street Fighter y nos hicimos la típica foto con la cabeza de Buda entre las raíces de un árbol.

Más al norte, tras uno de los mejores buses en los que hemos viajado nunca, llegamos a Sukhothai. Paraíso para aquél que le guste hacer fotografías. De hecho, hicimos una yincana que nos divirtió y cansó a partes iguales.

En Chiang Mai, más al norte, tras una vuelta por la selva que pudo ser lo mejor del viaje, encontramos descanso: masajes dados por invidentes, piscina en el hostal, mercadillos para acabar de comprar regalos para la familia y algún que otro templo que no imaginábamos que podían ser tan bonitos. Tras cinco días por allí, cogimos un vuelo para llegar al ‘paraíso sobre la tierra’: Koh Tao

Koh Tao. El paraíso en la tierra

Llegar hasta Koh Tao cuesta lo suyo. Pero una vez que estás allí entiendes porqué lo llaman como lo llaman.

Tiene playas increíbles, puestas de sol hermosas, lugares maravillosos, buena comida y gente que sonríe en todo momento. También tiene buceo, mucho buceo y más buceo. Todos los del grupo buceamos. Unos hicimos el bautizo, otros aprovecharon para sacarse el curso Avanzado y otros bajaron a 30 metros a saludar a sus amigos los peces ballesta. También visitamos el HTMS Sattakut, un barco de la Segunda Guerra Mundial que estaba lleno de meros gigantes, truchas y barracudas. Una maravilla.

Acabó el viaje con ganas de seguir. De seguir viajando, de seguir aprendiendo, de seguir manteniéndose activo y de seguir conociendo el mundo.

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