Al caer la noche, te acercas a la orillas para acampar en alguna de las escasas zonas habilitadas para tal fin. Y cuando digo habilitadas, me refiero simplemente a un claro en el bosque con un cajón con un agujero como retrete y una parrilla para hacer tu barbacoa. Lo de la barbacoa, para los canadienses es algo imprescindible. Afortunadamente el riesgo de incendio es prácticamente nulo, ya que a la alta humedad hay que añadir la concienciación canadienses, por lo que el peligro de montar un buen cirio es prácticamente nulo. El resto del campamento es un espacio donde plantar la tienda de campaña, y una pared impenetrable de bosque cerrado. Durante la noche es conveniente colgar la comida de los árboles para desanimar a las alimañas que merodean cerca de tu campamento y que algún oso no tenga la ocurrencia de instalarse a merendar al lado de tu tienda.
Afortunadamente, viajando he tenido ocasión de disfrutar de esta sorpresa nocturna en otras ocasiones. No demasiadas, es cierto, ya que no siempre es fácil alejarse de todo foco de luz eléctrica y que además se confabulen los dioses para ofrecerte un cielo completamente despejado y sin atisbo de luna. Una de ellas fue en Mongolia, durante un viaje que realicé en bicicleta, y recuerdo como las penurias de la noche se veían altamente recompensadas con cuando tras apagar el hornillo y devorar la cena, antes de meternos en nuestra tienda de campaña, nos tumbábamos en el suelo a disfrutar del espectáculo natural. Otra ocasión fue en el viaje a Australia con el Paso Noroeste, cuando decidimos acampar en pleno outback, y tras apagar la hoguera, pudimos disfrutar de otra espléndida ocasión. Pocas ocasiones más ha habido, bien porque estaba nublado o porque había luna, como sucedió en el corazón del Sáhara en Argelia, o en las llanuras perdidas de Uyuni en Bolivia. Y es que no son muchas las oportunidades que tenemos para disfrutar de un momento así… Así que si eres tan afortunado de disfrutar de una de esas noches inolvidables, grábala bien en lo más profundo de tu disco duro, que es sin duda uno de esos recuerdos que hacen mella en nuestra alma de trotamundos.
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